Amados en Cristo:
Entre las varias características que prueban que la Iglesia católica es la única verdadera Iglesia de Cristo (las cuatro marcas de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica), también existe una en particular que claramente se basa en la Sagrada Escritura y que es única al catolicismo: la honra y devoción de la Iglesia católica a la santísima Virgen María, la Madre de Jesucristo. No hay ni un sólo mes en el año que no tenga varias fiestas en su honor. Consideren los meses de agosto y septiembre, por ejemplo, en los cuales hay siete fiestas del calendario eclesiástico dedicadas a ella.
Esta honra y devoción a María, la Madre de Jesucristo, es una de las muchas cosas rechazadas por los protestantes. Los protestantes afirman que la devoción de la Iglesia católica no se basa en la Sagrada Escritura, que es una ofensa a Cristo, que nadie debería orar a María porque «sólo hay un Mediador con el Padre», que María no siempre permaneció virgen, etc. Qué importante es para los católicos conocer la Sagrada Escritura y responder a estos ataques a la Madre de Cristo Jesús, especialmente en estos tiempos, cuando hay un gran aumento de sectas acatólicas que celosamente hacen proselitismo con sus enseñansas heréticas.
Comencemos nuestra defensa de la Iglesia católica y su devoción a la santa Virgen María considerando las similitudes entre la caída del hombre y su redención.
En el libro del Génesis, leemos cómo nuestros primeros padres, Adán y Eva, cayeron en el pecado original. Satanás, en la forma de una serpiente, primero tentó a Eva. Cuando ella hubo comido del fruto prohibido, lo ofreció luego a Adán, quien también participó. Adán, como cabeza de la raza humana, ocasionó la caída de la humanidad; fue, sin embargo, a través de la cooperación de Eva.
Cuando Adán y Eva cayeron, Dios Todopoderoso no sólo los castigó a ellos y a su progenie por este pecado original, sino que también les prometió enviar un Redentor.
«Dijo entonces el Señor Dios a la serpiente... Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu raza y la descendencia suya: ella quebrantará tu cabeza, y tú andarás asechando su calcañar» (Génesis 3:14-15).
¿Quién es la mujer en el texto de la Sagrada Escritura a quien el Omnipotente Dios puso en enemistad contra Satanás? ¿Quién es su simiente? ¿Que se entiende por las palabras «ella quebrantará tu cabeza»?
En el Antiguo Testamento, Adán ocasionó la caída del hombre con la cooperación de Eva. En el Nuevo Testamento, Jesucristo, el Dios-Hombre, logró nuestra Redención con la cooperación de la Virgen María. Eva, nuestra primera madre, fue tentada por un ángel caído de desobedecer el mandamiento de Dios, y posteriormente llevó a Adán al pecado. En el Nuevo Testamento, otro ángel, el ángel Gabriel, anunció la voluntad de Dios a la Virgen María, y ella, a diferencia de Eva, se sometió humildemente.
En el Evangelio de san Lucas, leemos:
«Fue enviado por Dios el ángel Gabriel... a una virgen desposada con un varón llamado José, de la Casa de David. El nombre de la virgen era María» (Lucas 1:27).
¿Cómo, entonces, se le dirigió el ángel Gabriel? El Evangelio de san Lucas continúa:
«¡Alégrate, llena de gracia. El Señor es contigo!»
«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios y vas a concebir en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. [...] El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso lo que nacerá santo será llamado Hijo de Dios».
¿Quién puede negar la dignidad de la Virgen María, escogida para ser la Madre de Jesucristo? El ángel Gabriel, que fue enviado por Dios Mismo, la honró y alabó.
Además, cuando la Virgen María visitó a su prima, santa Isabel
«fue llena del Espíritu Santo, y exclamó con gran voz y dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Y de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?”»
Una vez más se rinde honra y alabanza a la Virgen María; en esta ocasión fue santa Isabel, «quien fue llena del Espíritu Santo».
Luego, durante esta misma visitación, la Virgen María respondió a la alabanza de su prima con una oración tan llena de humildad y alabanza a Dios:
«Magnifica mi alma al Señor... Porque ha mirado la pequeñez de su sierva, he aquí que desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz: porque el Poderoso ha hecho en mí cosas grandes».
Como católicos, miembros de la única y verdadera Iglesia de Cristo, honramos a la Virgen María, la Madre de Jesús. La llamamos la Madre de Dios, porque ella en verdad es la Madre de una de las Personas Divinas, Jesucristo, quien posee tanto la naturaleza de Dios como la naturaleza de hombre. Por este título de «la Madre de Dios», simplemente nos referimos a ella como lo hizo santa Isabel cuando, «llena del Espíritu Santo, exclamó... ¿Y de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?”
Los católicos no adoran, como los protestantes equivocadamente creen, a la santa Virgen María. Honramos a quien tuvo una íntima relación con Jesucristo, el Hijo de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Sí, solamente hay un Mediador con el Padre, y este es Jesucristo. Solamente el Dios-Hombre Jesucristo pudo haber redimido a la humanidad. No obstante, oramos a María para que pueda ella interceder por nosotros ante su Divino Hijo. Si a menudo pedimos las oraciones auxiliares de nuestros prójimos, ¡cuanto más poderosas no son las oraciones y la intercesión de la santa Virgen María! En el Antiguo Testamento, leemos cómo Moisés oró con los brazos extendidos e intercedió con Dios para procurar la victoria de los israelitas sobre sus enemigos en una batalla crucial. Mientras oraba, eran victoriosos. Cuando cesaba, los israelitas empezaban a perder. A causa de esto, fue necesario que dos hombres sostuvieran los brazos de Moisés en oración hasta que la batalla fuera ganada. También leemos en el Antiguo Testamento cómo Josué oró a Dios para prolongar el día a fin de ganar otra batalla crucial. Si Moisés y Josué pudieron interceder ante Dios, ¡cuánto más poderosas no son las oraciones de la santa Virgen María!
El Evangelio de san Juan relata dos cosas significantes relacionadas con María: la fiesta de Caná y la crucifixión. De la primera leemos:
«El tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea y asistía la madre de Jesús. Fue también invitado Jesús con sus discípulos al banquete. Y como faltase el vino, dice a Jesús su madre: “No tienen vino.” Y Jesús le responde: “¿Qué a mí y a ti, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.” Dice su madre a los sirvientes: “Haced cualquier cosa que os dijere”» (Juan 2:1-5).
Jesucristo procedió luego a obrar su primer milagro público a insistencia de su madre. Todo lo relacionado en los Evangelios está inspirado por Dios, y hay razón para ello. ¿No manifiesta esta narración de las bodas el poder intercesorio de María ante Jesucristo, su Hijo divino?
En el segundo relato, también tomado del Evangelio de san Juan, leemos:
«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre... Viendo, pues, a la madre y a su lado, de pie, al discípulo a quien amaba, dijo Jesús a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.» (Juan 19:25-26).
Así como Eva cooperó con Adán en la caída de la humanidad, la santísima Virgen María cooperó con Jesucristo en nuestra redención. Ella «estaba junto a la cruz de Jesús». ¡Qué angustia, qué penas experimentó la madre de Jesús al pie de la cruz mientras atestiguaba los sufrimientos y la muerte de su divino Hijo!
En ambos relatos, Jesús se dirigió a María con el término mujer. En hebreo la palabra utilizada por Jesús era un término para dirigirse a una reina o a una mujer de alto rango. Era un término de gran respeto.
Pero ¿por qué se dirigió Cristo a su madre con el término mujer en estos dos momentos significativos de su vida: en su primer milagro público y en su crucifixión?
Nuestro divino Señor quizo indicar claramente que su madre era la Mujer de que se hablaba en el libro del Génesis:
«Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu raza y la descendencia suya: ella quebrantará tu cabeza...»
Por último, los católicos creen firmemente que María, la madre de Jesucristo, fue «siempre virgen». Que María fue virgen antes y después del milagroso nacimiento de Jesús puede demostrarse a partir del pasaje del profeta Isaías:
«Por lo tanto, el mismo Señor os dará la señal: Sabed que UNA VIRGEN CONCEBIRÁ Y PARIRÁ UN HIJO, y su nombre será Emmanuel».
Noten bien que la virgen es el sujeto de los verbos concebir y parir.
En cuanto al tiempo después del nacimiento de Jesús, los protestantes rechazan que María haya permanecido una virgen por su errónea interpretación de la Sagrada Escritura. Resumiendo brevemente sus argumentos, ellos dicen que en el Evangelio de san Mateo se lee:
«Y no la conocía (san José) hasta que dio a luz a su hijo primogénito» (Mateo 1:25).
Se arguye erradamente en dos puntos: «no la conocía hasta que» y «su hijo primogénito». El uso bíblico de hasta que expresa lo que ha ocurrido hasta cierto punto y deja a un lado el futuro. Así, por ejemplo, Dios dice en el libro de Isaías: «Yo soy hasta que encanezcáis» (Is. 46:4). ¿Debemos inferir a partir de esto que luego Dios cesaría de ser? ¡Claro que no! De nuevo, en el libro de Salmos, Dios el Padre dijo a su divino Hijo: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies» (Sal. 109). ¿Renunciará el Mesías su lugar de honor una vez que sus enemigos sean vencidos? ¡Obviamente que no! Así que cuando san Mateo escribe: «No la conocía hasta que dio a luz a su hijo primogénito», su objetivo principal era contar a los lectores que el nacimiento de Cristo fue milagroso y que san José no tuvo parte en la concepción del Hijo de María. Y en cuanto a primogénito, este era un término legal y no insinuaba que María tuviera otros hijos. El niño es llamado el primogénito por el hecho de abrir el vientre y no para distinguirlo de casos posteriores.
Los protestantes también hacen referencia a varios pasajes en los Evangelios que aluden a «los hermanos del Señor», y, a partir de esto, infieren que María tuvo otros hijos. Una vez más, ellos malinterpretan las Escrituras. Las palabras hebreas ahh, que en español equivalen a hermanos, se aplican no solo a un hermano, en el sentido estricto, sino que también a sobrino (vean Génesis 14:16); a primo (vean Números 16:10); y esposo (vean Cánticos 4:9; Ester 16:12); a miembros de la misma raza (vean Números 20:14); a un aliado (vean Amós 1:9); y a un amigo (vean Job 6:15). No hay referencias bíblicas de que María, la Madre de Jesús, haya tenido otros hijos. ¿Por qué Jesús, entonces, cuando moría en la cruz, encargó a su apóstol san Juan el cuidado de su madre? Esto no habría sido necesario si hubieron hermanos en el sentido estricto.
La constante tradición de la Iglesia de Cristo, desde los comienzos del cristianismo, siempre ha sostenido esta prerrogativa de María. Esto se prueba ampliamente por los escritos de los primeros papas, los primeros concilios de la Iglesia y los primeros Padres y Doctores de la Iglesia. En conclusión, cumplamos, como miembros de la única y verdadera Iglesia de Cristo, la profecía hecha por la santísima Virgen María durante su visita a santa Isabel: «he aquí que desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz».
In Christo Jesu et Maria Immaculata,
Rvmo. Mark A. Pivarunas, CMRI