Un italo-americano que vivió en California, a menudo comentaba a su Ángel de la guarda, que por piedad le refiriera un recado importante al Padre Pío; un día, después de la confesión, le habló en la iglesia al Padre Pío; y le preguntó que si su Ángel de la guarda le había confiado el recado, y le comentara ciertamente lo que el ángel le dijo: - el Padre Pío le contestó - ¿tú crees que yo soy "sordo"? Y el Padre Pío le repitió lo que pocos días antes le dijo a su Ángel de la Guarda.
El Padre Lino contó. Estaba rogando a mi Ángel de la guarda para que interviniera y le hablara al Padre Pío en favor de una señora que estuvo muy mal. Pero me pareció que las cosas no cambiaron para nada. Encontré al Padre Pío, y le dije: Padre he rogado a mi Ángel de la guarda, para qué te encomendara a aquella señora, ¿es posible que no lo haya hecho? …” ¿Y tú qué cosa crees, que sea desobediente como tú y yo?”
El Padre Eusebio contó. Estaba viajando a Londres en avión, contra el consejo del Padre Pío que no quiso que yo usara este medio de transporte. Mientras sobrevolamos el canal de la Mancha una violenta tempestad atacó el avión, y nos encontrábamos en grave peligro. Entre el terror general yo recité el acto de contrición y, no sabiendo que otra cosa hacer, le mandé al Padre Pío a mi Ángel de la guarda, suplicándole ayuda urgente. De regreso a San Giovanni Rotondo fui a ver al Padre Pío. "Chico" - me dijo - "¿Como estás?” “¿Ha quedado bien todo?” ¿- "Padre, le dije; estuve a punto de morir" - "Y entonces por qué no obedeces?”- "Pero yo le he mandado al Ángel de la guarda"... - ¡Y menos mal que ha llegado "a tiempo"!
Un abogado de Fano, Italia, estaba regresando a su casa en Bolonia, Italia. Él estaba conduciendo su vehículo que era un modelo FIAT 1100. En el vehículo se encontraban su mujer y sus dos hijos. En algún momento, sintiéndose cansado, el abogado debió ser reemplazado del volante por su hijo mayor, Guido, el cual se encontraba durmiendo. Después de algunos kilómetros, en las cercanías de San Lázaro, también el hijo se durmió. Cuando se despertó, se dio cuenta de encontrarse a un par de kilómetros de la población de Imola. Asustado él gritó: "¿quién ha conducido el carro? ¿Les ha ocurrido algo?... - No - le contestaron todos. El hijo mayor, se despertó y dijo haber dormido intensamente. La mujer y el hijo menor, incrédulo y maravillado, dijeron de haber constatado un modo de conducir diferente de lo usual: a veces el coche estuvo a punto de chocar contra otros vehículos pero a última hora, los evitó con maniobras perfectas. También la manera de hacer las curvas era diferente. "Sobre todo" dijo la mujer no nos ha golpeado "el hecho que tú te has quedado inmóvil por mucho tiempo, y ya no has contestado a nuestras preguntas... "; dijo el marido: "Yo no pude contestar porque me dormí. Yo me quedé dormido por quince kilómetros. No he visto y no he sentido nada por qué me dormí.... Pero ¿quién ha conducido el automóvil? ¿Quién ha impedido los accidentes?”... Después de un par de meses el abogado fue a San Giovanni Rotondo y el Padre Pío, en cuanto lo vio, apoyándose en su hombro, le dijo: "Tú te quedaste dormido y el Ángel de la guarda te condujo el vehículo". El misterio fue revelado.
Una hija espiritual del Padre Pío estaba dirigiéndose al convento, caminando por el campo. El Padre Pío la esperó en el Convento de los Capuchinos. Era en tiempo de invierno y nevaba. Los grandes copos de nieve que cayeron, hicieron más difícil el camino. A lo largo de la calle, totalmente nevada, la señora tuvo la certeza de que no llegaría a tiempo a la cita con el fraile. Llena de fe, en su Ángel de la guarda, le suplicó que avisara al Padre Pío que había llegado al convento con notable retraso a causa del mal tiempo. Llegando al convento pudo constatar con enorme alegría que el fraile la esperó detrás a una ventana, de dónde, sonriendo, la saludó.
A menudo el Padre Pío se encontraba de pié en la Sacristía y saludaba a algún amigo o a sus hijos espirituales dándole algún beso. Y un hombre comentó que debía de darse su puesto de hombre sin repartir besos, nada más que la bendición, y para asombro de él mismo el 24 de diciembre de 1958 se encontraba de rodillas, a los pies del Padre Pío suplicándole que lo confesara. Al terminar la confesión lo miró y, mientras el corazón le palpitaba fuertemente por la emoción, le preguntó al Padre Pío "¿Padre, hoy es Navidad, puedo darle las enhorabuenas dándoos un beso? Y él, con una dulzura que no se puede describir con la pluma pero solamente imaginar, me sonríe y dice: "Adelante, hijo mío, no perdamos más tiempo". También él me abrazó. Lo besé y como un pájaro, alegre, emprendí el vuelo hacia la salida lleno de delicias celestiales. ¿Y que decir de los golpes sobre la cabeza? Esa vez, antes partir de San Giovanni Rotondo, deseé una señal particular de predilección. Su bendición no fue suficiente. Yo también quise como dos pequeñas bofetadas sobre la cabeza dos paternales caricias. Tengo que subrayar que nunca él me hizo carecer de lo que yo como un niño, quise recibir de él. Una mañana, hubieron muchas personas en la Sacristía de la iglesia pequeña y mientras el Padre Vincenzo en voz alta exhortó, con su usual severidad, diciendo: "¡no empujáis... no apretáis las manos del Padre... os hacéis atrás"! Yo me desalenté y pensé: "Partiré, y esta vez no tendré los golpes sobre la cabeza". No quise presentarme y rogué a mi Ángel de la guarda fuera mi mensajero y le dijera al Padre Pío estas palabras: "Padre, yo parto, deseo la bendición y los dos golpes sobre la cabeza, como siempre. Uno por mí y otro por mi mujer". "Hacéis alarde, hacéis alarde", el padre Vincenzo todavía le repitió mientras el Padre Pío empezó a caminar. Sentí una gran ansiedad. Lo miré tristemente. Y he aquí, él se acerca, me sonríe y una vez más me dio dos palmaditas sobre la cabeza y también me hizo el honor de extenderme su mano, la cual pude besar.
Una mujer se sentó en la plaza de la iglesia de los Capuchinos. La Iglesia estaba cerrada, pues ya era tarde. La mujer rogó con el pensamiento, y repitió con el corazón: "¡Padre Pío, ayúdeme! De esa manera rogó y su ángel guardián habló al Padre Pío, ve pronto a ayudarla o de otro modo su hermana muere! “De la ventana, la señora oyó la voz del Padre: "¿Quién me llama a esta hora? ¿Qué sucede? La mujer le dijo al Padre Pío que la hermana estaba enferma, y el Padre Pío se trasladó en bilocación y curó a la enferma.
Un hombre le dijo al Padre Pío: Yo no puedo venir siempre a donde UD., pues, mi sueldo no me permite efectuar viajes largos - el Padre Pío contestó: "¿Y quién te ha dicho de venir aquí? ¿No tienes tu Ángel de la guarda? Le dices a tu ángel que cosa quieres, lo mandas acá, y recibirás la respuesta."
Cuándo el Padre Pío era un joven sacerdote le escribió a su confesor: " por la noche, cuando los ojos están a punto de cerrarse, veo el Paraíso que se abre delante de mí. Y yo, me siendo tan feliz por esta visión, que duermo con una sonrisa de dulce beatitud sobre los labios y con una perfecta calma sobre la frente, esperando que el pequeño compañero de mi infancia venga a despertarme para cantar juntos las alabanzas matutinas al Querido y gran amor de nuestros corazones."
El Padre Alessio un día se acercó al Padre Pío con algunas de las cartas en la mano para preguntarle algunos consejos; pero el Padre Pío contestó bruscamente: "¿Chico, no ves que tengo que hacer? Déjame en paz". El Padre Alessio quedó mal y se marchó avergonzado. El Padre Pío acudió poco tiempo después, lo llamó y le dijo: ¿No has visto todos aquellos Ángeles que estuvieron aquí alrededor de mí? Fueron Ángeles de la guarda de mis hijos espirituales que vinieron a traerme sus mensajes. Tuve que darles las respuestas rápidamente."
Un médico le preguntó a Padre Pío: "Muchos Ángeles siempre están cerca de ella. ¿No le molesta? - el Padre contestó con sencillez - "No, son tan obedientes."
A una persona dijo: "Por tu mamá rogaremos, para que el Ángel de la guarda les haga compañía"
Uno de los hijos espirituales del Padre dijo en una oportunidad: "Parece que el Padre es tan Piadoso que escucha siempre los que lo llaman. Una tarde, muchas personas que apenas le llegaron a San Giovanni Rotondo, hablaron del Padre Pío. Ingenuamente enumeraron las gracias que quisieron preguntarle y preguntaron a sus Ángeles de la guarda si podían llevar los mensajes al Padre Pío. Al día siguiente, después de la Misa, el Padre Pío los regañó justamente: “¡Bribones! ¡Tampoco por la noche me dejan tranquilo!”, la sonrisa desmintió las palabras. Ellos entendieron que el Fraile les habría atendido.
¿Pero vos, Padre, oíd lo que el ángel os dice? Una persona preguntó. Y Padre Pío: "¿Y tú que cosa crees, que Él sea desobediente como tú? Mándame a tu Ángel de la guarda."
Es inútil que me escribas, porque no puedo contestar. Mándame al ángel, siempre. Pensaré en todo”.
“El ángel me ha referido de las frases que me han hecho comprender tu desconfianza”.
“Invoca a tu Ángel de la guarda, que te iluminará y te conducirá por el camino verdadero a Dios. Es Dios el que te lo ha puesto, cercano está de ti; por tanto debes valerte de él”.
“Y si la misión de nuestro Ángel de la guarda es grande, aquel del mío es ciertamente más grande, considerado que él como un maestro, tienen que explicarme los otros idiomas”.
“Manda el Ángel de la guarda que no paga el tren y no consume los zapatos”.
Para las personas que están solas, hay el Ángel de la guarda.
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